“Dejadlos crecer juntos hasta la siega”. (Mt. 13, 24-43).
Esta es la respuesta del sembrador a los obreros que preguntan: “¿Quieres que vayamos a arrancarla?” Y él respondió: “dejadlos que crezca hasta la siega”. Esta respuesta es para nosotros también; en definitiva, es la respuesta de Jesús. Como si Jesús nos dijera: “Tened paciencia, sed tolerantes, no adelantéis el juicio...”
La parábola del “trigo y la cizaña” está enmarcada en un ambiente agrícola y el centro de atención está en la semilla sembrada y el resultado obtenido. En este caso, la dificultad viene del hecho de que en medio del trigo aparece también de forma inesperada la “cizaña”, que externamente se asemeja al trigo, pero que es en realidad, una mala hierba. Esta parábola nos manifiesta que el juicio no debe anticiparse, que los que trabajan al servicio del Reino tienen que evitar caer en las tentaciones integristas y excluyentes. Eso no quiere decir que nos crucemos de brazos ante la injusticia....
En nuestro mundo hay mucho trigo, pero también abunda la cizaña y esto pasa también en la Iglesia, en nuestras relaciones, en nuestra vida personal, pero ¿cuál debe ser nuestra actitud?, ¿arrancar la cizaña?, ¿escandalizarnos del mal?, ¿acusar a los otros?, ¿caer en el desánimo? Es muy peligrosa la actitud del todo o nada. En eso consiste el peligro del puritanismo y pesimismo.
Existe el trigo y existe la cizaña, pero la existencia de la cizaña no debe ser excusa para dejar de ser trigo.
¿Qué significa esta parábola? “Dejadlos crecer juntos hasta la siega”. En esta expresión está el mensaje central de la parábola. Jesús no reunió una comunidad de puros, sino que, su mensaje, se dirigía a los pecadores, y a todos, sin exclusión... Jesús es la misericordia de Dios para con el mundo. La parábola muestra que el Reino de Dios se hace presente en la ambigüedad de la Historia y en la ambigüedad de la vida de cada uno de nosotros y que, el comienzo de éste no supone la erradicación del mal. Hay que esperar hasta el final... Todos podemos transformarnos y mejorar nuestra vida. Necesitamos reafirmar nuestra fe y nuestra confianza en el ser humano y en sus posibilidades.
Frente a la impaciencia de los que no pueden ver juntos el bien y el mal, está la paciencia de Dios. Necesitamos aprender esa paciencia y esa tolerancia, para con nosotros mismos y para con los demás. No nos precipitemos en los juicios, no nos erijamos en jueces definitivos. Una cosa es una actitud sanamente crítica y otra son los juicios. El recurso fácil de dividir a las personas en buenas y malas no es ajustado a la realidad y vulnera los criterios del Reino. ¿Quién nos ha dado la exclusiva para etiquetar a las personas y las situaciones? ¿Quién nos da el derecho para juzgar a nadie? ¿Estamos tan seguros que en nuestras espigas no crecen también cizañas? Si en nuestra experiencia personal, si en la experiencia de nuestro propio camino personal somos conscientes de nuestras fragilidades y de las dosis de paciencia que necesitamos para con nosotros mismos ¿Por qué no ser también pacientes y comprensivos con los demás? Dios tiene paciencia con el trigo y también con la cizaña... Dios es amor y solo amor y “el amor disculpa sin límites, cree sin límites, aguanta sin límites...” El amor de Dios es un amor sin límites.
También hoy, en nuestro corazón y en nuestra sociedad, hay “muchas cizañas” que amenazan con ahogar el “trigo bueno” de cada día: la rutina que apaga una sed del Agua viva, esa sed se hace oscuridad, cuando debería ser luz que iluminara el camino hacia el pozo profundo que llevamos dentro, en nuestro corazón. A veces, nos enfangamos en “cisternas agrietadas” que no pueden retener el agua. El manantial de nuestro propio corazón se ha cegado con tantos sucedáneos, con tanta ansiosa búsqueda de algo o alguien que lo calme sin acertar a despejarlo para que brote el “surtidor” de la Vida que llevamos dentro. También la indiferencia que amenaza el amor comprometido, la ambición que destruye la justicia de nuestro mundo, el desprecio que envenena la bondad del corazón… Sin embargo, el creyente, inserto en esta sociedad, puede mirar el futuro con esperanza, guiado por el gozo de sentirse amado por Dios. Es la certeza más profunda que nos hace vivir nuestra vida con sentido.
Por eso, todavía, hoy podemos destacar una lección de esta parábola: estamos llamados a confiar en la fuerza del trigo, en la fuerza del bien, en la fuerza del “Espíritu que viene en ayuda de nuestra debilidad”... Por más cizaña que haya, el trigo sigue creciendo, nunca deja de crecer...
Después, el Evangelio continúa con dos breves parábolas más, que estimulan esta confianza: la del “grano de mostaza” que es pequeño pero que crece más alto que todas las hortalizas... y la de la “levadura” que casi desaparece escondida en la harina, pero que hace que la masa fermente y el grano de mostaza que es la semilla más pequeña y crece tanto... El Reino, y cada uno de nosotros, llevamos dentro un potencial de vida, de esperanza y de sentido.
Que lleguemos a ser fermento de humanidad en el corazón de este mundo. Que hoy podamos volvernos al Señor para decirle: Señor, tú que siembras en el campo del mundo y en el campo de cada uno de nosotros el trigo bueno del Amor y de la Vida, concédenos permanecer vigilantes durante la noche para no dejar que el enemigo esparza en nosotros la cizaña.
Benjamín García Soriano
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