viernes, 17 de junio de 2011
REFLEXIONES DEL OBISPO DE CÓRDOBA RESPECTO A LA ESTANCIA CORDOBESA DE LA CRUZ DE LOS JÓVENES
La Cruz de los jóvenes ha pasado por nuestra diócesis convocándonos a todos a la JMJ2011 en Madrid. Han sido días de intensa participación en todos los lugares por donde ha pasado. Debo agradecer a todos los que se han esforzado por poner a los jóvenes delante de la Cruz del Señor. Estoy seguro que de la santa Cruz han brotado torrentes de agua viva, capaces de saciar el corazón de tantos jóvenes sedientos. El paso de la Cruz nos ha dejado algunas lecciones, que conviene acoger con esperanza.
En primer lugar, se trata de un elemento llamativo por su sencillez. Esta Cruz lleva consigo la sencillez de lo auténtico. Las cosas de Dios suelen ser sencillas, nosotros somos complicados. La larga preparación y a veces la misma espera de la llegada ha desembocado en una actitud de respeto y veneración, que no tenían ninguna complicación. El icono de María igualmente es una presencia silenciosa junto a la Cruz, que invita a mirar la misma Cruz con los ojos y con el corazón de la Madre. Desde el punto de vista pastoral, esto nos enseña que hemos de ir a lo esencial, y que el objetivo de la pastoral a todos sus niveles consiste en que el hombre se encuentre con Jesucristo Como aquella mujer del Evangelio, que al tocar el manto de Jesús quedó curada, miles y miles de personas han entrado en contacto con Jesús a través de este elemento sencillo de la Cruz de los jóvenes.
En segundo lugar, he visto con mis ojos que Jesucristo, a través de este signo tan sencillo, llega al corazón de muchas personas, jóvenes de hoy y de ayer. La adoración de la Cruz repetida en distintos lugares varias veces al día ha puesto delante de mis ojos que es mucho el amor que se esconde en el corazón de tantas personas hacia Jesucristo redentor del hombre. Estamos ante lo esencial del cristianismo, Jesucristo y su Cruz bendita, con María madre. He visto a tantas personas emocionarse al besar la Cruz. He visto a jóvenes estremecerse por el toque de la gracia en el interior de su corazón. He recibido el testimonio de tantas personas que se han preparado a fondo para este encuentro. He comprobado que sacerdotes, catequistas, profesores, padres y madres, colegios de la Iglesia, grupos parroquiales, cofradías, jóvenes voluntarios han ido al unísono para acercar el misterio de la Cruz de Cristo a miles y miles de jóvenes en nuestra diócesis de Córdoba. La Delegación diocesana de la Juventud ha prestado un excelente servicio en esta ocasión.
En tercer lugar, me ha emocionado profundamente la veneración y el cariño que nuestro pueblo cristiano siente por el beato Juan Pablo II. El simple hecho de mencionarlo arrancaba aplausos imprevistos por doquier. Cuánto bien ha hecho a los jóvenes el Papa Juan Pablo II, y los jóvenes ya maduros se lo agradecen. Cuando algunos afirman ligeramente que las JMJ son algo superficial, no están midiendo el alcance que para toda una generación han tenido estas convocatorias y su participación en las mismas por parte de millones de jóvenes de todo el mundo. Existe siempre el peligro de quedarnos sólo en lo superficial, pero estas son ocasiones para llevar a los jóvenes a la profundidad de una vida cristiana auténtica, que además necesita de expresiones visibles, aunque sean tan sencillas como una Cruz.
Los dones de Dios son gratuitos e irrumpen por sorpresa en nuestras vidas, fuera de toda programación. Esta ha sido una ocasión de gracia, un torrente de misericordia para tantas personas que se han acercado y han intercedido por otros ante la Cruz. Cuántas madres han llorado por sus hijos, cuántos pecados añejos han quedado absueltos en el sacramento de la penitencia, cuantos jóvenes han experimentado el frescor de una juventud que se estaba marchitando. El paso de la Cruz ha levantado la esperanza de muchos, porque hemos constatado el poder y la eficacia redentora de Cristo que se acerca con delicadeza hasta cada hombre para cambiarlo definitivamente.
Aprovechemos este tirón para insistir en la invitación a la JMJ en Madrid. Que acudan muchos jóvenes, que se corra la voz entre ellos. Será una ocasión única en sus vidas de encontrarse con Jesucristo y de experimentar la belleza de la Iglesia y de la vida cristiana. No nos cansemos de sembrar, que a su tiempo cosecharemos.
Con mi afecto y bendición:
+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba
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