CUARTO DOMINGO DE PASCUA. CICLO C.
"Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen". (Jn. 10,17-30)
El Evangelio de este Domingo está dominado por la figura del pastor. Jesús se presenta como el verdadero, único Pastor. Nos reconfortan mucho escuchar sus palabras: “Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen”.
El primer reto que tenemos los cristianos es reconocer su voz entre tantas otras voces que nos llegan y que nos bombardean a diario informándonos y llenándonos de palabras... Necesitamos escuchar su voz... Recibimos y observamos imágenes, palabras, anuncios y todo cuanto nos quieran ofrecer, que alimentan nuestra superficialidad, nuestra evasión, nuestra frustración...
Hoy, más que nunca, el ser humano necesita urgentemente recuperar de nuevo la capacidad de escucha interior si no quiere ver su vida ahogarse progresivamente en la superficialidad. Nuestra sociedad está enferma de la cultura de la superficialidad. La civilización de la abundancia nos ofrece medios de vida, pero no motivos para vivir... Ciertamente, nuestro mundo necesita hoy savia nueva para vivir. Las Iglesias andan buscando aliento y esperanza. Las muchedumbres pobres del planeta reclaman justicia y solidaridad. Nuestra sociedad occidental ya no sabe cómo salir de la tristeza mal disimulada que ningún bienestar logra tapar.
Sí, hoy, necesitamos “escuchar su voz”, la voz de Jesús y distinguirla de las otras voces que gritan en nosotros, (las voces de nuestros sentimientos negativos, de nuestras necesidades sensibles, de nuestras ambiciones de poder, la voz de la cultura dominante, de nuestras frustraciones...). ¿Somos capaces de diferenciar estas “voces” en nosotros y seguir la voz de Aquel que nos libera de verdad? Esa voz se manifiesta en nosotros como una llamada interior, como una invitación suave, como una luz que nace dentro de nosotros... Escuchar su voz implica secundar esas llamadas interiores y tomar conciencia de nuestra pertenencia a El. Cada uno de nosotros podemos escuchar su voz sin confundirla con otras voces que nos quitan la luz y la esperanza. Tal vez podemos preguntarnos ¿Escucho la voz del Señor? ¿La conozco? ¿Cómo le sigo?
"Yo conozco a mis ovejas": el Pastor se autodefine como el que «conoce» a las ovejas. No genéricamente, sino personalmente, una a una. “Conocer” en el leguaje bíblico, significa establecer una relación de amor con una persona. El conocimiento en este sentido expresa una intimidad de amor. El conocer indica la relación de amor entre Jesús y los suyos. Esta relación de conocimiento-amor es tan profunda, que Jesús la compara a la que existe entre Él y el Padre. El verbo conocer tiene un sentido muy fuerte; Jesús, conoce, es decir, ama, a cada una de sus ovejas y vela por ellas. Jesús nos ama como únicos, su amor está siempre presente en nuestra vida.
Todos tenemos experiencia de que la forma como somos vistos por los demás nos afecta. A veces, nos sentimos no vistos en lo que somos... Jesús penetra con su mirada nuestro corazón. El nos mira en lo profundo de nosotros mismos. Eso quiere decir que nos conoce; es decir, que nos ama como nadie nos puede amar. El que ama a alguien se empeña en afirmar lo valioso que es para él o para ella; la persona que se siente amada comienza a valorarse a sí misma. Podemos decir que el amar es estar empeñado en que el otro exista.
Así es también en el amor que Jesús nos tiene. Cuando nos abrimos a la experiencia de ese amor, la vida se despierta en nosotros. El amor no sólo nos garantiza la felicidad, sino que nos hace vivir plenamente. ¿No es esa también nuestra experiencia?
"Y ellas me siguen”.. La fe consiste en seguir a Jesús por amor, viviendo como Él vivió. Seguirle es acoger y cuidar gozosamente todo lo que da vida, teniendo en cuenta “los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo”. Seguir a Jesús es hacerse cargo de la realidad de nuestro mundo; asumir también la responsabilidad de favorecer también un mundo más justo y más solidario, aportando nuestra parte.
Y fruto de este conocimiento-amor, Jesús dice: "Y Yo les doy la vida eterna". Es decir, el don de Jesús a los que le siguen es la vida definitiva, la vida que no termina nunca, pues la calidad de vida que Él comunica supera la muerte: los cristianos apoyados en el Resucitado, creemos que la vida no termina con la muerte. La vida es mucho más que esta vida que conocemos ahora. Sin duda, esta postura puede ser rechazada y hasta ridiculizada en nuestra sociedad. Pero la vida sigue ahí con todo su misterio. Cada uno tendrá que preguntarse dónde ha descubierto una luz más luminosa, un camino más estimulante y una esperanza más bella para enfrentarse a la vida cada día.
Y "nadie las arrebatará de mis manos", Jesús es el Pastor que defiende a los suyos hasta dar la vida, siguiendo a este Pastor, podemos estar seguros. Ni siquiera la muerte logrará romper esta unión, logrará «separar». Porque la vida que el Pastor da a sus ovejas es la vida definitiva.
Que nos dejemos penetrar por estas palabras del Señor Resucitado. Quizá no siempre nos creemos que estamos en buenas manos. Jesús nos asegura que nadie podrá “arrebatarnos de sus manos”. Este es el seguro del amor más grande. Ya nada ni nadie nos puede separar de su amor. No tenemos nada que temer.
Que hoy podamos renovar nuestra confianza en Él como nuestro único Pastor, diciéndole: Tú, Jesús Resucitado, Buen Pastor, cuidas nuestra vidas. Siempre te podemos encontrar en todos los caminos del mundo. Hoy podemos repetirte las palabras de la liturgia del Salmo de hoy : “Tú, Señor, eres mi Pastor, nada me falta, aunque pase por valles de tinieblas no tengo miedo, porque Tú vas conmigo...” (Salmo 23).
Benjamín García Soriano
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