“Dadle vosotros de comer”. (Mt. 14, 13-21).
Esta es la respuesta de Jesús a los discípulos cuando ellos le proponen que despida a la gente. Los discípulos proponen una solución individualista. Que se arreglen como puedan, que cada cual se agencie su pan. Ante esta propuesta insolidaria, Jesús, les dice: “dadle vosotros de comer”. Es una propuesta de solidaridad y de generosidad. El “dar” que Jesús propone está en la línea del amor. Estas palabras de Jesús hoy, son para nosotros una invitación al amor y a la generosidad, una invitación a compartir.
En primer lugar, dice el Evangelio que “vio Jesús al gentío, le dio lástima y curó a los enfermos”. Tres verbos marcan esta intervención de Jesús: “vio, le dio lástima y curó”. El corazón de Jesús se estremece ante la indigencia humana. Jesús es la mirada de amor y de compasión de Dios sobre la humanidad y sobre cada uno de nosotros.
Jesús aparece lleno de bondad y solidaridad por quienes sufren alguna enfermedad o cansancio, por los agobiados y marginados. El no se limita a un mero sentimiento de compasión o lástima, sino que hace algo concreto a favor de los más necesitados... “Curó a los enfermos”.
Los discípulos hacen a Jesús una propuesta: “despide a la multitud para que vayan a las aldeas y se compren de comer”. ...
Naturalmente Jesús sabía que dar de comer a tanta gente era imposible. Parece ser que no entraba en los planes de aquella gente que había seguido a Jesús preocuparse por las necesidades de los demás. Además, no tenían dinero suficiente para comprar tanto pan ni donde comprarlo. Realmente, fue un “verdadero milagro” que un grupo tan numeroso compartiera hasta lograr que nadie pasara necesidad de alimento. Lo que Jesús nos enseña es que la solución está en el compartir y en la solidaridad.
El Reino de Dios que Jesús anuncia se revela en el compartir humano como expresión del amor de Dios a todos. Dios quiere que todos vivan y puedan alimentarse hasta saciarse.
Hoy, necesitamos escuchar de manera nueva las palabras de Jesús en el Evangelio: “dadle vosotros de comer”. Los discípulos, creen que no hay suficiente para todos, piensan que el problema del hambre se resolverá haciendo que la muchedumbre se vaya y “compre comida”. A ese “comprar”, regido por las leyes económicas, Jesús contrapone el dar generoso y gratuito: “dadle vosotros de comer”. Ellos replican: “no tenemos más que cinco panes y dos peces”. Y Jesús, entonces, les pide colaboración: “traédmelo”. Jesús pide la colaboración de sus discípulos en el cometido de saciar a la multitud hambrienta.
Actualmente, también Jesús solicita nuestra ayuda para suprimir el hambre existente en el mundo. Tenemos muy presente, en estos días, el drama del hambre en Somalia, Etiopía y Kenia. No dudemos en ofrecer nuestro apoyo, nuestra fuerza y nuestros propios bienes para proporcionar comida a los están hambrientos de la forma que sea.
El Evangelio continúa diciendo que Jesús “alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos”. De esta manera, con la acción de gracias, el pan se desvincula de sus poseedores para considerarlo don de Dios y repartirlo generosamente entre todos los que tienen hambre. Lo que Jesús hace es librar el pan de ese acaparamiento injusto, de ese afán posesivo que, a veces, nos domina. La mirada al cielo y la bendición son el reconocimiento de que Dios es el único dueño y que a Él hay que agradecer el don. Si nos liberamos de nuestra tendencia exagerada a poseer, el pan, imprescindible para la vida, llega a todos. El drama del hambre es hoy escandaloso porque en nuestro mundo hay recursos suficientes para todos.
Esta es la enseñanza profunda del Evangelio de este domingo. Cuando se libera la creación del egoísmo humano, hay de sobra para cubrir la necesidad de todos. Por eso, el Evangelio termina diciendo: “comieron todos hasta quedar satisfechos”.
La Eucaristía, que celebramos cada domingo, es memoria viva de Jesús que se partió y repartió. Al partirse y repartirse, hizo presente a Dios que es don total, amor sin límite. El pan que verdaderamente alimenta, no es el pan que se come, sino el pan que se da, que se entrega. Por eso, Jesús es el verdadero Pan de la vida: en Él se nos revela lo que es el verdadero Amor. Que podamos abrirnos a Él, que sacia nuestra hambre, más allá de todo deseo. Que renovemos la certeza profunda de que, a pesar de los desiertos de nuestro corazón y del aparente sin sentido que podamos atravesar, Él nos da sobreabundantemente. “Comieron todos hasta quedar saciados”. Él es la plenitud de nuestro corazón.
Hoy podemos volver nuestra mirada, como Jesús, al Padre de todos, para decirle: Gracias, Padre, por todo lo que nos has dado, ayúdanos a ser generosos y a compartir nuestros bienes. También podemos volvernos a Jesús para decirle: Tú, Señor Resucitado, has venido a saciar nuestra hambre de amor, de justicia y de paz.
Benjamín García Soriano
31 de Julio de 2011